
El derecho a mirar la belleza: Semillero Creativo de Dibujo y Pintura en Iguala de la Independencia, Guerrero
La primera vez que Sandra Antúnez —docente del Semillero Creativo de Dibujo y Pintura en Iguala de la Independencia, Guerrero — dedicó una tarde entera a pintar, tendría 8 o 9 años. “Pinta lo que quieras”, dijo su padre, después de entregarle papel batería, cartoncillo, pinceles y frascos de colores; aquel gesto terminó por definir su vocación. Nieta de Nicolás Antúnez, pintor del pueblo de la comunidad nahua de Coatepec Costales, Guerrero, —donde algunas personas se dedican a la elaboración de morrales de ixtle— su interés por dedicarse al arte se hizo realidad gracias al apoyo de su familia, a su persistencia, y a la posibilidad de estudiar la licenciatura en artes visuales, en la Facultad de Artes y Diseño en la sede de Taxco de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Para Sandra, quien desde muy pequeña estuvo en contacto con diversas expresiones culturales y artísticas por iniciativa de su padre, panadero de oficio: “La cultura es esencial, se trata de una pulsión que te permite encontrarte y te hace ser consciente del lugar en el que vives. Observar cómo es que la belleza está en todo, nos hace percibir más allá. Cuando vamos en la calle y vemos que pasan los carros y la gente, observamos y ponemos atención a nuestro entorno de manera distinta, nos detenemos para ver cómo se componen las formas, qué colores tienen, cómo pega la luz en las cosas, algo cambia en nosotros y en la comunidad”.
Aquello lo comprobó cuando, en diversas comunidades de Guerrero, comenzó a dar clases y bebés, niñas, niños y jóvenes dibujaron o sostuvieron entre sus manos un pincel por primera vez y expresaron su asombro. “Posterior a eso, compartí talleres en espacios privados en Ciudad de México, donde los padres tenían la posibilidad de pagarlos. Eso me hizo reflexionar sobre la desigualdad en el acceso a la educación y a la cultura; allí nació mi motivación para dedicarme al acompañamiento de la niñez desde las artes”. Al principio, sostuvo la labor cuanto pudo con sus propios recursos y, posteriormente, a través de su incorporación al Semillero Creativo de Dibujo y Pintura en Iguala de la Independencia, Guerrero, como docente.
¿Por qué enfatizamos que la cultura y el arte son parte de nuestros derechos humanos? ¿Qué cambia en la vida de las personas cuando estos son parte de su cotidianidad?
Sandra ha visto la transformación de la niñez y las juventudes de Iguala desde que se integró como docente del Semillero en 2020. Ahí recibió a niñas que ahora son adolescentes y apoyan a las más pequeñas, y a jóvenes que han conquistado la seguridad para expresar sus emociones. Entrenar la mirada para encontrar la belleza en todo, hacerlo en un espacio donde las edades van de los 6 a los 17 años, han cultivado la noción de una comunidad que se apoya para hacer creaciones individuales y colectivas.
En 2022, a partir de una exploración sobre las danzas más representativas del estado, niñas, niños y jóvenes hicieron una gran obra donde participaron con aquello que sabían hacer: algunos dibujaron, las más pequeñas hicieron los contornos, otros niños hicieron fondos, etcétera. El resultado final fue una obra grupal tan expresiva que fue elegida para formar parte de la imagen oficial de Tengo un sueño en 2022. En ese lienzo quedó plasmada una forma de trabajar que ha caracterizado al Semillero estos años: el trabajo y el reconocimiento de lo que cada una y cada uno puede hacer para lograr un objetivo en común.
La clave para Sandra ha sido generar momentos donde todas y todos participan. A veces en ejercicios colectivos donde una niña comienza un trazo y un joven lo completa para hacer un dibujo y, en otras ocasiones, en ejercicios donde exploran su singularidad e identifican sus fortalezas y los retos a trabajar como la constancia, la paciencia o el manejo de la frustración.
Las familias de quienes integran el Semillero han percibido cambios tan grandes a nivel personal, escolar y comunitario que constantemente invitan a otras niñas, niños y jóvenes a participar. El grupo siempre es grande porque en las escuelas se ha corrido la voz: “Llévelo al Semillero, le va a hacer mucho bien y puede ayudar en su desarrollo”. Además de adquirir habilidades técnicas, el arte y la cultura han sido herramientas para acompañar y fortalecer sus procesos en otros espacios.
Tener un espacio de libertad como lo es el Semillero implica también un compromiso en común: cuidarse mutuamente para que las sesiones sean amenas. Las y los jóvenes escuchan hablar a niñas y niños sobre sus experiencias en la escuela o en la familia; el grupo hace bromas y se acompaña en el ejercicio de mirar su entorno y plasmar lo que observa. Cada tarde, las sillas y las mesas que colocan en el patio del Museo del Ferrocarril sirven como contornos para delimitar el espacio donde trabajarán; los transeúntes miran al grupo conformado aproximadamente por 40 niñas, niños y jóvenes que observan cómo es que la luz modifica los colores del cielo y su intensidad.
La cultura y el arte han mejorado la vida de niñas, niños y jóvenes que desde hace cuatro años asisten al Semillero. Hace meses, viajaron a Ciudad de México para colaborar con el mural El ombligo de la luna en el Pabellón de Cultura Comunitaria. El arte se ha convertido en algo cotidiano en sus vidas y les ha dado experiencias gratificantes como salir de Guerrero para mostrar sus creaciones, poner en práctica la manera en la que pintan cotidianamente y saber que lo que hacen es significativo.
Sentir el reconocimiento en edades tan tempranas ha fortalecido también sus voces individuales y colectivas. Algunas niñas hablan de sus deseos de ser docentes; otros jóvenes contemplan la idea de estudiar arte de manera profesional; todas y todos asisten al Semillero con la convicción que lo que ahí sucede es importante: están en un lugar que les ha enseñado a observar su entorno y los ha transformado por completo. Una oportunidad que, finalmente, es parte de nuestro derecho a participar en la vida cultural y artística de nuestro país.